Juan Bautista, figura clave del Adviento, está en la cárcel y manda a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (11, 3).
La respuesta de Jesús es importante, diría esencial, porque nos da la clave de lectura de todo su ministerio y su enseñanza.
Jesús no responde desde la teología, no responde citando doctrinas, no responde con criterios morales.
Jesús, antes que nada, invita a ver, a transmitir una experiencia: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven” (11, 4) … digan lo que están viendo, digan lo que oyen, digan lo que están experimentando. Gran sabiduría y gran advertencia para nosotros hoy: ¿hablamos de Dios a partir de una experiencia personal o a partir de creencias preestablecidas, de conceptos, de ideas?
Jesús continua: “los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres” (11, 5).
Jesús responde a Juan con el criterio de la vida: ¡esta es la clave!
Jesús manda a decir a Juan: mira como la vida vuelve a florecer, mira como brota vida nueva por todos lados, presta atención a la dinámica siempre nueva de la vida.
Esta es la enseñanza y la práctica clave de Jesús. Jesús levanta la vida, insufla vida, devuelve vida, está atento al florecer de la vida, indica donde amanece la vida. Este es el signo por excelencia.
Donde hay vida, ahí Dios está actuando, ahí el Reino se hace presente y se experimenta; y donde la vida flaquea, el Reino inserta aire nuevo, aire fresco.
Resuenan las palabras del evangelio de Juan: “Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia” (10, 10).
Jesús es un amante de la vida y ama esta vida: disfruta de las comidas y de las fiestas, disfruta de la amistad y de los encuentros, disfruta del contacto con los niños, ama y disfruta de la creación. El rabino de Nazaret queda extasiado frente a la belleza de los lirios del campo, la libertad de los pájaros del cielo, el prodigio de la levadura leudando la harina, la entrega radical de una viuda.
Jesús nos enseña a valorar y amar la vida, así como es, así como viene. Nos enseña a amar también las zonas oscuras, las sombras, lo frágil. Jesús recibe la vida como viene – como toda sabiduría enseña – y, desde lo que hay y lo que es, la asume, la transforma, la ilumina.
¿No es hermoso comprender y vivir así el evangelio y las enseñanzas del maestro de Nazaret?
Iluminar lo que hay, soplar vida en lo poco y lo frágil. Asumir lo que viene, amar la sombra. Levantar la vida, sembrar alegría, contagiar entusiasmo.
¡Eso hace Jesús, eso enseña! A eso estamos llamados e invitados.
Jesús es también el hombre que cuestiona, que nos pone en crisis. Es el hombre de las preguntas. Jesús desafía a la multitud: “¿Qué fueron a ver?” (11, 8).
¿Qué fueron a buscar? ¿Qué están buscando? ¿Por qué fueron a ver a Juan al desierto?
Jesús nos cuestiona sobre nuestras intenciones y nuestros ¿por qués?
Esta actitud cuestionadora y provocadora de Jesús y del evangelio, es muy actual y muy necesaria también hoy.
La sociedad vive en piloto automático. A menudo, también los que estamos en un camino de búsqueda y de crecimiento, caemos en una rutina apurada y sin sentido. Hasta la oración pueden convertirse en un automatismo vacío y hasta el amor puede degenerar en activismo o manipulación.
El Espíritu nos cuestiona, cuestiona nuestra honestidad e intenciones.
¿Qué estoy buscando en mi vida?
¿Por qué hago lo que hago?
Este tiempo de Adviento que nos prepara a la Navidad, es un tiempo oportuno para detenernos y estar atentos a la vida que florece a nuestro alrededor y para dejarnos cuestionar por las preguntas claves de Jesús y del evangelio.





